Desde los inicios de la humanidad, los hombres han investigado un sinfín de fenómenos de la naturaleza, siempre orientado a observar el entorno que le rodea. El universo y los distintos seres vivos han sido grandes campos para esta tarea. Pero un día, el hombre no se conformó con mirar hacia los lados y comenzó a mirar al cielo. Mientras comienzan los nuevos siglos y cambia el milenio, los avances tecnológicos han permitido investigar algo más grande que su propia existencia: el espacio. Dándonos a conocer lo pequeño que somos y lo que nos falta por descubrir, con Icarus.
La aparición de una nueva luz
En el año 2016, a la fecha del 29 de abril, un grupo de científicos que operaba el telescopio Hubble, divisaron un punto de luz resaltante entre las demás estrellas. Era proveniente de las galaxias del sector MACS J1149, una nueva estrella que nos mostraba su brillo. Se le denominó Icarus, la estrella nación a nueve mil millones de años luz de la tierra, con una potencia más fuerte que el propio sol.
Pero lo que recibimos de esta estrella, fue una luz que fue emitida hace 4.400.000 de años. Es decir, cuando el universo apenas completaba una tercera parte de la edad que actualmente posee. Por ende, dicho resplandor ha viajado durante los siguientes 9.000 millones de años luz para hacerse presente en la tierra. La masa de esta estrella es similar a la del sol. Pero su temperatura lo sobrepasa con unos 11.000 grados Celsius, y un color azul y centro blanquecino.
¿Icarus sigue ahí o solo es un agujero negro?
Los científicos que estudian el espacio y las relaciones de luz, lo hacen usando los telescopios basándose en una ley de Einstein, llamada “la cruz”. Se trata del fenómeno que se produce por el efecto de la gravedad, en el cúmulo de galaxias MACS J1149. Esto causa una amplificación en la luz, y es traducido en un efecto lente que permite que la luminiscencia sea visible hasta nuestra posición. Este fenómeno busca ser replicado por los telescopios y utilizado a nuestro favor para visualizar el espacio.
Por otro lado, este fenómeno no es inmediato. Es decir, si nos planteamos que la luz tuvo que viajar durante los siguientes nueve mil millones de años luz para hacerse visible al Hubble, se debe tener en cuenta la posibilidad existente de que dicha estrella ya no exista y en lugar de ese cuerpo celeste solo exista un agujero negro como resultado de su envejecimiento y su explosión. Lo que actualmente estamos observando con ayuda del telescopio, puede ser una luz residual que siga viajando hasta extinguirse miles de años más tarde.
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